Cuando miro la televisión, no puedo evitar sentirme perplejo: vivo en una sociedad llena de actitudes contrarias. El trabajo meticuloso de los científicos hace que la tecnología que usamos funcione, que podamos confiar en nuestras medicinas, que podamos identificar a los criminales.
Si de nuestro mundo conocemos la naturaleza, la vida que nos rodea y el universo que compartimos, es todo ello gracias al trabajo de los científicos. Pero hay al respecto opiniones confusas. Se respeta la ciencia y se confía en ella, pero se conoce poco y se interpreta peor (…) Si los científicos no hubieran inventado la cola de contacto, nunca nos pegaríamos os dedos por accidente. Si no hubieran creado esos diminutos reproductores de mp3, nunca tiraríamos por accidente nuestra colección entera de música por el inodoro. Tal vez sin la ciencia, les da en pensar, nuestras vidas serían mucho más sencillas y todos seríamos más felices. Ignorantes, hambrientos, afligidos por todo tipo de enfermedades y con una caverna por casa, pero felices al cabo.
Culpar a la ciencia de todos nuestros contratiempos es como culpar a la capacidad de hablar de todas las discusiones del mundo. ¿Debemos olvidarnos de hablar, o tal vez deberíamos aprender a domeñar ese poder? Dar la espalda a la ciencia es cerrar la puerta a la curiosidad. Es dejar de preguntarse por qué. La ciencia no es nada más y nada menos que nuestra mejor manera de entender el mundo que nos rodea. No es una máquina o una tecnología. Es sólo un proceso de pensamiento simple y cínico que seguimos los seres humanos: creer que algo es cierto sólo cuando disponemos de pruebas suficientes para respaldar nuestra creencia. Si creemos que cierto material interacciona con el calor de determinada manera, tenemos que realizar los ensayos que muestren que así es. Como un detective que recoge las pruebas que habrán de demostrar la culpabilidad o inocencia de un sospechoso, el científico recoge las pruebas que apoyan o refutan una idea. Cuanto más abundantes sean las observaciones a favor de una idea, mayor será la probabilidad de que sea cierta. Pero cuando las observaciones no acaban de apoyar la idea, es necesario modificarla, actualizarla o mejorarla, y comenzar otra ronda de ensayos para contrastarla.
Así que cuando algo sale mal, cuando, por ejemplo, el coche patina en la carretera, o estropeamos el motor por llenar el depósito con gasóleo en lugar de gasolina, no es la ciencia a quien tenemos que culpar. Al contrario, la ciencia nos ofrece explicaciones de lo ocurrido.
Lo que hagamos con ese conocimiento es responsabilidad nuestra.

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